Estuvo tantas veces cerca de mi, riéndose a carcajadas y llamándome ciega, que dejé de saber cuando era verdadero y no una burda imitación.
Le gustaba jugar al póquer... ¡Al póquer! Y no se le daba mal... nada mal. ¡Siempre conseguía engañarme! Él me ofrecía un bote espectacular, yo apostaba y perdía. Una y otra vez. Apostar y perder. Apostar y perder. Apostar y perder...
Cuando lo perdí todo, no pude hacer otra cosa que jugar con mi alma. Debía ganar a toda costa, debía conservar mi cordura, debía evitar más roturas.
Yo tenía un trío de corazones. Salté de euforia; iba a ganar.
No lo dudé.
All in.
Destapamos las cartas.
Él llevaba una escalera real.
Me destripó. Deseé no querer apostar nunca más por nadie.
Maldije el amor de todas las formas que fui capaz; aunque sabía que ya nada importaba. La partida había acabado. Game over para mí, otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario