You could've been number one...

Dicen que el tiempo tiene la cualidad de sanar las heridas. Pero, no todas, solo las ridículas y superficiales. Aquellas producidas por lo que el mismo tiempo no puede remediar. Se le llama estupidez y para lo tuyo, no existe cura. ¡Larga vida a tu estupidez!

I'm no Barbie doll, I'm not your baby girl

-La vida puede ser como una bola de nieve. Gira, gira y gira. Cogiendo tamaño y velocidad. Nunca sabes hacia que ladera caerá; nunca sabes si habrá un árbol, la Barbie esquiadora o un elefante interfiriendo tu paso; nunca sabes cuando parará, cuando llegará el sol y derretirá la gran bola...
-¿Un cigarrillo?
-Si, grácias. Como iba diciendo... Me cansé de ser una simple bola de nieve y un buen día... ¡FLUP! Me derretí... y aparecí aquí. 


Lucy in the Sky Diamonds


Lucy nunca originó la enfermedad, solo la atrajo. La enfermedad existe desde tiempos inmemorables y, aunque quizás sea la más terrible de todas, dicen que aún no existe cura. Algunos hablan de tratamientos experimentales, otros de superar la dolencia con el tiempo; pero ambos métodos dejan extrañas secuelas.

Sin embargo,  Ella tenía el don de sacar a flote los síntomas. Lucy llamó a la enfermedad, la despertó de su letargo; liberó el mal que parecía apagado, congelado; desató la locura y el veneno volvió a fluir por mis venas.

Aquel mundo surrealista y a todo color que Lucy me había mostrado se difuminaba, se perdía lejos, me abandonaba con rapidez. La enfermedad despertaba y la vida se alejaba.

Me senté en el suelo, junto al calefactor, abrazando mi cuerpo mientras el veneno devoraba anticuerpos. El estómago menguaba a medida que las imágenes reaparecían y las nauseas no tardaron en hacer acto de presencia.

Vomitar. Debía vomitar palabras. Palabras que nunca llegaron a rozar el aire; palabras que se escondían en un lugar secreto, vallado y vigilado; palabras dulces y amargas que no buscaban ser entendidas o alabadas; palabras, nada más que palabras. Debía hablar. Debía darlas a conocer. Aquellas palabras construían una realidad que no era más que la misma enfermedad. Se agolpaban en el cerebro y en la garganta deseosas de ser escuchadas u oídas. Pero yo quería fundir un cigarrillo más, crear un tapón de humo y asfixiar aquel maldito mundo construido con palabras.

Je ne veux pas mourir toute seule

El amor es una religión; ambos se nutren del mismo misterio y engaño. 
Ayer desperté, vestí de blanco mi cuerpo, corté las rosas rojas del jardín para decorar tus ropas, acudí a tú altar, limpié tus pies con mi cabello y  te alabé con salmos de alegría.
Pero no apareciste.

Por más que me esforzara, el milagro no llegaba a la tierra; la gracia me esquivaba. Me creía condenada, malgastaba mis horas buscando respuestas a preguntas absurdas, mientras vagaba por los callejones angostos del centro de nuestra ciudad. 
Pero no aparecías.
Pasaron días, incluso meses, hasta que asumí que nunca lo harías. Aún así, continué visitando aquel lugar constantemente.
Necesitaba creer.
Acabé entendiendo que lo único que necesitaba era salir de aquel cubículo. 
Vencer la mentira y romper  las cadenas. 
Volar.

Odié tú maldito altar y aquel vestido de santa que tanto te gustaba; el olor de las rosas, siempre brotando, siempre floreciendo y marchitándose; vivir en aquella realidad edulcorada y mediocre; vender mi vida por una mentira.

La iglesia debía arder.
Quemé cada rincón del gran edificio; quemé cada brote de hierba del jardín monacal; quemé todo y nada.
Nunca fue cuestión de luchar o de tener fe.