Lucy in the Sky Diamonds


Lucy nunca originó la enfermedad, solo la atrajo. La enfermedad existe desde tiempos inmemorables y, aunque quizás sea la más terrible de todas, dicen que aún no existe cura. Algunos hablan de tratamientos experimentales, otros de superar la dolencia con el tiempo; pero ambos métodos dejan extrañas secuelas.

Sin embargo,  Ella tenía el don de sacar a flote los síntomas. Lucy llamó a la enfermedad, la despertó de su letargo; liberó el mal que parecía apagado, congelado; desató la locura y el veneno volvió a fluir por mis venas.

Aquel mundo surrealista y a todo color que Lucy me había mostrado se difuminaba, se perdía lejos, me abandonaba con rapidez. La enfermedad despertaba y la vida se alejaba.

Me senté en el suelo, junto al calefactor, abrazando mi cuerpo mientras el veneno devoraba anticuerpos. El estómago menguaba a medida que las imágenes reaparecían y las nauseas no tardaron en hacer acto de presencia.

Vomitar. Debía vomitar palabras. Palabras que nunca llegaron a rozar el aire; palabras que se escondían en un lugar secreto, vallado y vigilado; palabras dulces y amargas que no buscaban ser entendidas o alabadas; palabras, nada más que palabras. Debía hablar. Debía darlas a conocer. Aquellas palabras construían una realidad que no era más que la misma enfermedad. Se agolpaban en el cerebro y en la garganta deseosas de ser escuchadas u oídas. Pero yo quería fundir un cigarrillo más, crear un tapón de humo y asfixiar aquel maldito mundo construido con palabras.

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