Je ne veux pas mourir toute seule

El amor es una religión; ambos se nutren del mismo misterio y engaño. 
Ayer desperté, vestí de blanco mi cuerpo, corté las rosas rojas del jardín para decorar tus ropas, acudí a tú altar, limpié tus pies con mi cabello y  te alabé con salmos de alegría.
Pero no apareciste.

Por más que me esforzara, el milagro no llegaba a la tierra; la gracia me esquivaba. Me creía condenada, malgastaba mis horas buscando respuestas a preguntas absurdas, mientras vagaba por los callejones angostos del centro de nuestra ciudad. 
Pero no aparecías.
Pasaron días, incluso meses, hasta que asumí que nunca lo harías. Aún así, continué visitando aquel lugar constantemente.
Necesitaba creer.
Acabé entendiendo que lo único que necesitaba era salir de aquel cubículo. 
Vencer la mentira y romper  las cadenas. 
Volar.

Odié tú maldito altar y aquel vestido de santa que tanto te gustaba; el olor de las rosas, siempre brotando, siempre floreciendo y marchitándose; vivir en aquella realidad edulcorada y mediocre; vender mi vida por una mentira.

La iglesia debía arder.
Quemé cada rincón del gran edificio; quemé cada brote de hierba del jardín monacal; quemé todo y nada.
Nunca fue cuestión de luchar o de tener fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario